04/02/2019

Wieder

Todo cambió al entrar en la casa.
Mi consciencia se volatilizaba sin remedio
y rebotaba contra las inertes paredes.
Había un baúl lleno de juguetes,
pero no conservaban las instrucciones:
eran como poemas perdidos de su tiempo.
Sentí hambre, pero el pan tenía cristales.
Me produjo tal aspereza
que quise pasar el resto del día en la bañera.
Pero el agua era gélida.
Por eso traté de refugiarme
en el interior de aquel cuarto, tan familiar,
y deshacerme de los complejos y los conflictos.
En lugar de eso, todo iba creciendo a mi alrededor
y mi cuerpo seguía siendo casi el de una niña,
sin importar los años transcurridos.
Todo cubría aquella espesa capa de polvo;
a quién importaba ya la universidad,
los exámenes,
la distancia.
Me sentía parte
de aquel poema de José Emilio Pacheco.
Y solo anhelaba (no) encogerme todavía más.